domingo, 28 de febrero de 2016

¿Por qué terminamos usando gasolina si ya teníamos autos eléctricos y de vapor?

Hoy en día, los vehículos eléctricos están en la vanguardia de la batalla del siglo XXI para decidir cómo se impulsarán nuestros autos del futuro.

Y aunque los rivales incluyen pilas de combustible, energía solar, biocombustibles y gas líquido, los eléctricos tienen un buen chance de ganar.

Son suaves, silenciosos, limpios, modernos... ¿modernos?

Retrocedamos unos 100 años.

El coleccionista de autos Bill Lloyd muestra el motor que hace mover a este auto eléctrico de principios del siglo XX.



Este es un auto eléctrico de 1915, uno de los cerca de 40.000 producidos por la estadounidense Anderson Electric Car Company en Detroit entre 1906 y 1940.

Alcanzaba una velocidad máxima de unos 40 kilómetros por hora y andaba por unos 80 kilómetros antes de que necesitara una recarga de sus baterías de plomo.

Nunca satisfecho
Muchos tendemos a creer que nuestros sueños eléctricos son producto de nuestro mundo altamente tecnificado pero, en muchas partes de Estados Unidos a principios siglo XX, los autos eléctricos eran los preferidos por la gente.

Y no sólo allá.
De hecho, el primer hombre que superó los 100 kilómetros por hora lo hizo en Acheres, cerca de París, en un vehículo eléctrico de su propio diseño. Su nombre era Camille Jenatzy y el de su auto: "Jamais Contente" (Nunca satisfecho).

Camille Jenatzy recibiendo sus laureles.
Sin embargo, al igual que hoy, no estaba claro cuál método de propulsión impulsaría el auto del futuro.

El carro eléctrico estaba bajo presión en esta competencia.
A todo vapor

Uno de los primeros autos de vapor estadounidenses, circa1860.

Y éste, británico de circa 1899, se llamaba 'The Lifu' y era hecho por Steam Car Company, Houses System Ltd.

Los automóviles de vapor, por su parte, funcionaban de una manera muy similar a cualquier otra máquina de vapor.

El agua hervía al calor de boquillas de keroseno y el vapor era forzado a entrar en cilindros donde empujaba pistones, que hacía girar un eje, que movía las ruedas.

Y eso era todo lo que queríamos de cualquiera de estas fuentes de potencia: un eje rotatorio.

Aunque la posibilidad de que se estallaran fuera preocupante, la energía de vapor era una vieja conocida en la que la gente confiaba.

Había estado acompañando la industrialización desde el siglo XVIII y había hecho posible el milagro del tren.

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